“To
have another language is to possess a second soul”
Hace ya unos
cinco años, me llego una solicitud de amistad en Facebook de una tal “Savanaah
Peeples.” Al principio, creí que era uno de esos extraños que te sugiere la red
por tener un amigo de un amigo de un amigo de un ex compañero de jardín en
común, pero cuando le conté a mi familia supe que era una prima que tenía en
Estados Unidos y nunca había conocido. La acepte y empezamos a chatear
enseguida pese a que ella no sabía ni una palabra de castellano.
En mi familia
yo era la única que hablaba inglés y por eso era la encargada de pasar los
mensajes de Argentina a Norteamérica ida y vuelta. Era como si me hubieran
nombrado la “Mediadora Familiar Oficial”
o la “Delivery de saludos para las
fiestas”. En mi cabeza pesaba la responsabilidad de ser el puente entre dos
partes de la familia que habían perdido contacto: YO tejía el hilo que los iba a unir gracias a haber
estudiado un segundo idioma y por eso tenía que esforzarme por expresar cada
mensaje al pie de la letra. Tampoco podía olvidarme de tantos años invertidos
en el instituto, mostrar el mejor ingles que pudiera era mi deber.
Cada vez que
charlaba con Savanaah me aseguraba de mandarle una oración perfecta, digna de enorgullecer a mi teacher de la infancia. Cuando no estaba segura, abría una pestaña en
la compu y chequeaba que todo estuviera correcto. Si me llegaba a dar cuenta de
un error, le enviaba en un nano segundo la versión mejorada junto con un
avergonzado “sorry.” En una ocasión
ella también noto mi perfeccionismo y me
pregunto “Is everything ok? U sound like,
too formal, maybe a bit distant”.Su forma de escribir en su idioma nativo
era otra: usaba abreviaciones, mezclaba tiempos verbales y una de cada tres
palabras era LOL; comparándolo
conmigo que siempre seguía las reglas gramaticales y signos de puntuación, mi
prima creyó que yo no tenía ganas de charlar o que era demasiado seria para mi edad.
Ese fue el momento en que me di cuenta que tenía que relajarme cuando le escribía
porque era una charla amistosa, cotidiana y muy distinta a los diálogos que enseñaban
en los libros de la escuela.
Gracias a ese
mal entendido aprendí ,sin darme cuenta en ese momento, que el valor verdadero
de cualquier idioma no pasa por la escritura impecable ni la pronunciación
exacta , sino por el poder de comunicarse , de contarle a otro lo que nos
sucede, de transmitir mensajes y sentimientos, de conectarnos con mundos quizás
muy opuestos a los propios, y simplemente
ir mas allá de nuestra realidad , porque como dice una frase de Carlomagno que
descubrí casi sin querer: “Saber otro
idioma es como poseer una segunda alma.”
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