martes, 5 de julio de 2016

To have another language is to possess a second soul

“To have another language is to possess a second soul”

Hace ya unos cinco años, me llego una solicitud de amistad en Facebook de una tal “Savanaah Peeples.” Al principio, creí que era uno de esos extraños que te sugiere la red por tener un amigo de un amigo de un amigo de un ex compañero de jardín en común, pero cuando le conté a mi familia supe que era una prima que tenía en Estados Unidos y nunca había conocido. La acepte y empezamos a chatear enseguida pese a que ella no sabía ni una palabra de castellano.
En mi familia yo era la única que hablaba inglés y por eso era la encargada de pasar los mensajes de Argentina a Norteamérica ida y vuelta. Era como si me hubieran nombrado la “Mediadora Familiar Oficial” o la “Delivery de saludos para las fiestas”. En mi cabeza pesaba la responsabilidad de ser el puente entre dos partes de la familia que habían perdido contacto: YO tejía el hilo que los iba a unir gracias a haber estudiado un segundo idioma y por eso tenía que esforzarme por expresar cada mensaje al pie de la letra. Tampoco podía olvidarme de tantos años invertidos en el instituto, mostrar el mejor ingles que pudiera era mi deber.
Cada vez que charlaba con Savanaah me aseguraba de mandarle una oración perfecta,  digna de enorgullecer a mi teacher de la infancia.  Cuando no estaba segura, abría una pestaña en la compu y chequeaba que todo estuviera correcto. Si me llegaba a dar cuenta de un error, le enviaba en un nano segundo la versión mejorada junto con un avergonzado “sorry.” En una ocasión ella también noto mi perfeccionismo y  me pregunto “Is everything ok? U sound like, too formal, maybe a bit distant”.Su forma de escribir en su idioma nativo era otra: usaba abreviaciones, mezclaba tiempos verbales y una de cada tres palabras era LOL; comparándolo conmigo que siempre seguía las reglas gramaticales y signos de puntuación, mi prima creyó que yo no tenía ganas de charlar o que era demasiado seria para mi edad. Ese fue el momento en que me di cuenta que tenía que relajarme cuando le escribía porque era una charla amistosa, cotidiana y muy distinta a los diálogos que enseñaban en los libros de la escuela.

Gracias a ese mal entendido aprendí ,sin darme cuenta en ese momento, que el valor verdadero de cualquier idioma no pasa por la escritura impecable ni la pronunciación exacta , sino por el poder de comunicarse , de contarle a otro lo que nos sucede, de transmitir mensajes y sentimientos, de conectarnos con mundos quizás muy opuestos a los propios,  y simplemente ir mas allá de nuestra realidad , porque como dice una frase de Carlomagno que descubrí casi sin querer: “Saber otro idioma es como poseer una segunda alma.”

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